miércoles, 28 de mayo de 2008

La propiedad intelectual. Dos posturas enfrentadas

La propiedad intelectual es siempre un tema controvertido y delicado de tratar. No es una cuestión que pueda mirarse desde un único punto de vista ni las diferentes posturas debieran defenderse sin conocer el otro lado. Una inmensa parte de mí se declara firme defensora del shareware, copyleft, del software libre y del acceso sin barreras a todos los contenidos de la red. Sin embargo, como futura periodista y comunicadora, puede que llegue un día en el que tenga que defender mi propiedad intelectual. Sería absurdo tirar piedras contra lo que quizás en el futuro me dé de comer.

Y, sin embargo, lo hago. Lo hago por la tremenda injusticia que me parece que se venda un material por, digamos, 20 euros, cuando su precio real no sobrepasa los dos. Me rebelo porque la propiedad intelectual, la de verdad, la de las ideas, se ha visto sepultada por las grandes empresas en su afán por bloquear la competencia. Me explico. La idea legítima de ser el primero en conseguir algo (y por tanto poder quedarte con los beneficios derivados), se ha volcado hacia un espacio más viciado en el que él único objetivo de crear es conseguir beneficios. El dinero ha pasado de ser una circunstancia adherida al hecho de crear para convertirse en el fin mismo de la creación. Particularmente, este hecho me parece inaceptable. Algo tan íntimo como es la propiedad intelectual, componer una canción, escribir un texto, no puede ser medido en términos económicos, y menos aún iniciarse con este objetivo.

Internet ha expandido las fronteras en lo que a propiedad intelectual se refiere. El concepto de millones de personas que colaboran de forma abierta, explícita, compartiendo conocimientos y contenidos ha convertido la utopía en realidad. Cualquier cosa que desees al alcance de tu mano. No hay obstáculos. Todo es libre para todos. Las barreras que se han impuesto se han bordeado (recuerdo cómo, cuando la mayor parte de archivos de Napster empezaron a bloquearse a la descarga libre, las personas cambiaron el nombre de los documentos para que pudiesen seguir siendo descargados), y cuando no pudieron ser bordeadas se rompieron directamente (al cerrarse Napster surgieron nuevas plataformas p2p). No se puede controlar la propiedad intelectual en Internet. Y no es porque los internautas sean unos "chorizos", ni porque se nieguen a pagar. Es porque los ciudadanos no están dispuestos a soportar unos precios abusivos (que ni siquiera llegarán al autor que tiene la propiedad intelectual del artículo, sino que se quedarán directivos y distribuidores ajenos), las personas no están dispuestas a pagar 10 euros por ir al cine ni 18 por escuchar una hora de música en un cd. Tampoco se puede solucionar añadiendo un canon que castiga a los consumidores por un delito que no han cometido (un gran canto a la presunción de inocencia). Desde un punto de vista egoísta, saber que 30 euros de lo que me ha costado mi disco duro han ido a una sociedad de autores me anima, y en mi conciencia, casi me da derecho, a bajarme y consumir toda la piratería que considere oportuna.

Sentimientos personales aparte, aquí la estrategia es clara. Si quieres que los internautas respeten la propiedad intelectual, has de respetar primero la suya. Internet es una plataforma gratuita, inabarcable e inmediata. Los productos, sobre todo si son multimedia, pueden ofrecerse a un precio muy bajo, casi simbólico, y a pesar de eso obtener beneficios. Las empresas que han sabido verlo, que no se han cerrado en el mercado tradicional e inamovible, son las que ahora marcan el paso en una nueva era de contenidos digitales. Un ejemplo claro son los iTunes, música legal, y a un precio coherente, que ya ha vendido más de 1.000 millones de canciones a través de Internet. A la gente no le asusta pagar, lo que no quiere es pagar de más.

Parece que están pagando justos por pecadores, que los creadores de la propiedad intelectual están viendo mermados sus beneficios por unas políticas de empresa que no les dan una imagen nada favorable. Por eso no es bueno que los internautas nos opongamos radicalmente a pagar por un servicio. Igual que ellos han de ceder, nosotros también. Empresas y usuarios hemos de llegar a un punto de común. Aún queda un gran camino por recorrer, pero algunas industrias comienzan a dar sus primeros pasos. Un rayo de luz aparece, por ejemplo, en el sector de los videojuegos. En primer lugar, esto me sirve para ratificar que los internautas no estamos asustados de pagar. Por poner un ejemplo concreto, uno de los videojuegos más extendidos, World of Warcraft, con más de 10 millones de jugadores, se ha convertido en una impresionante red social de comunidades propias (para comprobarlo, basta con echar un vistazo a las páginas web de algunos servidores creadas por sus propios miembros, por ejemplo el reino en inglés Shadowsong). Para jugar, es necesaria una cuota de 12 euros mensuales, a cambio de personal de la compañía dedicado a ti en exclusiva, servidores cuidados, un entorno en continua expansión y eventos interactivos como concursos de fanart y torneos destinados a la comunidad. Los consumidores aprecian la calidad y el esfuerzo, y lo premian. Este caso podría extrapolarse de los videojuegos a cualquier otra industria susceptible de ser pirateada. Otra tendencia que están empezando a seguir los videojuegos, y que podría abrir nuevas vías para la protección de la propiedad intelectual, es la posibilidad de descargarte de manera gratuita el paquete básico del juego (juego completo, no una demo), y pagar por contenidos extra a los que se quiera acceder y que se pueden ir configurando según las preferencias que muestren los jugadores.

Como conclusión, añadir que ahora mismo la pelota se encuentra en el tejado de las empresas. Ante un público escéptico, les toca mover ficha, aproximarse a nosotros. La piratería es muy fácil, cómoda y difícil de penar. Ante un panorama así, su única posibilidad es cautivar a una audiencia exigente, que volverá a piratear tus contenidos si no les das lo prometido, si no satisfaces sus expectativas. La comunidad virtual, por definición, es abierta, comparte y es flexible. Si las compañías saben adaptarse a estos nuevos tiempos, le espera un futuro brillante a la propiedad intelectual.

Esta reflexión es una opinión personal meditada tras leer un fragmento de Micropoder. La fuerza del ciudadano en la era digital, libro de Javier Cremades publicado por Espasa.

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